Tengo en mis manos un ejemplar de la revista Life en
español del 14 de marzo de 1966, que anuncia en su portada la quinta
entrega de un reportaje que analiza, mil días después, la crisis de los
misiles de 1962 entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS), que estuvo a punto de desatar una colosal
guerra nuclear.
Esa es
una de las sorpresas con las que me he topado luego de media hora de
estar en la librería El Erial, y después de preguntarle a su
propietario, el exprofesor Manuel López, por las joyas que alguien
podría encontrarse en este recinto del libro usado.
Hace un
mes, El Erial, que estuvo frente a la Escuela España durante 70 años,
se mudó a una casa centenaria y amplia, ubicada 50 metros al sur de la
iglesia de La Soledad.
Al poco
rato de estar en la librería, se percibe allí un ambiente acogedor; no
en vano El Erial es una librería situada en una casa que guarda esos
aires de aquel San José cuya arquitectura atraía y enamoraba, porque
huía del cemento excesivo y privilegiaba la madera.
La nueva sede es una casa de influencia victoriana en su exterior y con techos altos que transmiten confortabilidad.
El
Erial, al cumplir en este 2013 sus primeros 70 años, aspira a ser un
lugar de encuentro, con una salita para que los clientes lean y
disfruten, y sus textos están perfectamente ordenados según diversas
categorías, desde la filosofía a la literatura, para facilitar la
búsqueda.
En esta
librería, se respira un aire que no solo no se encuentra en las otras
librerías de usados −que se distinguen por su tradicional desorden de
libros aquí y allá−, sino que también su anfitrión Manuel López, antes
que vender, procura orientar.
López
forma parte de esa especie en vías de extinción del antiguo librero, no
solo porque conoce −tras 55 años de ser un lector voraz e implacable−,
sino porque se sabe al dedillo la primera regla del oficio: escuchar
primero.
Por esa
razón, cuando alguien muy ufano quiere empezar a forjarse en las
grandes ligas de la lectura y pretende empezar por “Guerra y Paz”, él
procura disuadirlo para que empiece por otros libros del mismo autor,
porque en esa monumental novela Tolstoi le exige lo máximo al lector.
Más que
una librería de usados, El Erial parece una biblioteca personal, en la
que se encuentran algunos libros imposibles de hallar en las actuales
tiendas de la capital.
Y justo
mientras estoy conversando con el propietario, se acerca el profesor
Quesada, asiduo visitante, quien tiene al frente un ejemplar de las
obras completas de Teresa de Ávila; tras el infaltable regateo
−situación impensable en una librería-tienda actual−, logra su cometido:
una rebaja, que es el triunfo del simbolismo en este espacio, y el
llevarse a casa un texto que es más que un libro: es un tesoro.
EN LA MAREA DE LA MODERNIDAD
Mientras
el libro digital se abre camino a pasos agigantados entre las nuevas
generaciones de lectores y amenaza con destronar de una vez y para
siempre la gloriosa e irrepetible era de Gutenberg, El Erial procura
aferrarse a la experiencia de ser un lugar único, en el que los libros
viejos y de lectura profunda transmiten un aire que invita a hurgar
hasta descubrir un valioso texto.
También,
en ella se hallan libros de lectura fácil, como los de autoayuda y
otras yerbas, pero no se venden libros de texto, que son por lo general
los que sostienen a las librerías de usados.
La
razón es que El Erial aspira a convertirse en un espacio de visita
obligada, al que acudan aquellos que hoy extrañan el verdadero
ambiente de una librería: es decir, un sitio de reposo, donde el tiempo
parece detenerse para quienes en realidad viven la experiencia de
comprar un libro como un hecho único.
Y para
saber si ese sentir es mito o realidad, una vez que salí de El Erial me
dirigí a una de las modernas librerías del centro de San José y si bien
hay textos literarios de grandes autores, estos son los menos, porque
predominan en sus estantes toda una gama de volúmenes de superación y
“literatura vampiresca”, y quienes atienden no dan la impresión de que
pueden orientar a sus compradores en torno a este o aquel autor.
Para
empezar, en El Erial y en las librerías de libro viejo, no hay libros
envueltos en plástico en los que solo se pueden leer las contraportadas,
como sí sucede, y cada vez más, en las modernas tiendas-libros.
El
contraste entre la librería de viejo que había visitado dos horas antes
con las librerías-tienda del siglo XXI, lo experimenté en otra del
centro de San José, porque mientras veía la sección de biografías, un
cliente se acercó a uno de los vendedores y le preguntó dónde quedaba el
baño, y el empleado le respondió: “me puede mostrar el tiquete de
compra: el baño solo se puede usar si tiene tiquete de compra”.
Venía
de El Erial, de vivir una experiencia en la que incluso confirmé que la
librería tiene un taller de restauración y de encuadernación, y en esta
tienda-libro, un afligido empleado tenía que comunicar las modernas y
tristes políticas corporativas de la librería al pobre cliente que, tras
la respuesta, se dio media vuelta y se marchó, para perderse entre las
voces que anunciaban paraguas a ¢ 1000 y ¢ 2000, mientras unos payasos
−en la esquina de la librería-tienda− se guarecían de las últimas
lluvias del invierno que agoniza.
En
medio del caos que produce la lluvia, entre los transeúntes que circulan
por el corazón de San José y mientras procuraba poner a salvo mi
revista Life del 66, caí en la cuenta de que El Erial es
un pequeño milagro de la cultura del libro y un animal en extinción en
el centro de la capital.
Tomado de: